Le dijo:
-Desde este momento, cambio total de régimen. Olvídese de las cosas que le gustan y empiece a acostumbrarse a las que no le gustan. Si obedece, podrá vivir aún algunos años.
Salió del consultorio con el alma a los pies, porque despedirse de los bellos momentos siempre invita al pesimismo, aunque sea a cambio de la promesa de durar más.
Cruzó la calle a tientas, sin fijarse en el semáforo, y lo aplastó una furgoneta de la Tintorería Esperanza. Uno de esos transeúntes que acuden siempre a toda prisa, intentó reanimarlo, y recogió del accidentado unas palabras balbuceantes:
-Para este viaje, no se necesitaban alforjas...
-¿Qué dice? -quiso saber el benemérito ciudadano que lo socorría.
-...Sobre todo -añadió el herido-, cuando hay quien me acaba de vaciar las alforjas.
-¿Qué quiere decir? -insistió el hombre diligente.
Pero ya no obtuvo respuesta, porque el enfermo grave acababa de morir de otra cosa.
Pere Calders (1912-1994)