El huésped los distribuyó en un orden cuidadosamente aprendido. Había algunos falsos comensales de cartón piedra para cubrir vacíos. Eran figuras articuladas, con un ligero movimiento pendular en la cabeza, y producían a discretos intervalos una leve imitación de tos aseverativa. Cuando los invitados se sentaron, la dueña de la casa seguía aún riéndose de algo dicho antes del comienzo de esta narración.. La risa duraba ya unos minutos. El huésped miró el reloj con inquietud. La risa comenzó a prolongarse como salida a chorros de sí misma. Luego se hizo entrecortada. Entre contracción y contracción, la señora barbotó una disculpa. Todos los invitados sonrieron para vestir de naturalidad el suceso. Los comensales de cartón piedra emitieron puntuales un sonido levemente parecido a la tos. Mientras la señora salía del comedor tapándose la boca con la servilleta, los invitados sonrieron aún vueltos hacia el huésped, que había puesto en marcha un cronometrador y seguía con la cabeza levantada el vuelo invisible de un moscardón. Las risas fueron apagándose. Pasaron cinco minutos y dos décimas de concentrada expectación. La puerta del comedor se abrió de pronto y entró una sirvienta con una enorme bandeja en cuyo centro había un objeto de color grisáceo y del tamaño de un puño. La sirvienta se detuvo y dijo con una mezcla grata de solemnidad y dulzura:
--La señora ha puesto un huevo otra vez
J.A. Valente