Fue mujer de una gran belleza y, en su oscura y siniestra fortaleza, se convirtió en una sádica cruel que no quería envejecer y recurría a todo para evitarlo. Para luchar contra la obsesionante idea de la vejez se rodeaba de jóvenes sirvientas a las que obligaba a tener relaciones con ella para después, en una mezcla de deseo y de celos, torturarlas para gozar con la contemplación de su lenta agonía. Se dice que la bella condesa asesinó a más de seiscientas muchachas. Ayudada por Dorko, una bruja que hacía las veces de verdugo, se dio sin descanso al placer erótico de la crueldad.
En 1611 fue detenida, juzgada y condenada a la soledad en su castillo.
La condesa sangrienta representa, sin duda, la unión original del dolor y del placer, de la sangre y del erotismo, tan del gusto, por ejemplo, del marqués de Sade.