Pero el grillo, por muy afectuosas que resultaran las palabras de la salamandra, nada dijo, ya porque dormía con mágico sueño, ya porque tuvo el gusto de enfadarse.
-¡Oh! ¡Cántame tu canción, como cada noche! Desde tu escondrijo de ceniza y hollín tras la placa de hierro escudada con tres heráldicas flores de lis...
Tampoco respondió el grillo. Y la salamandra, desconsolada, bien aguardaba oír la voz, bien zumbada con la llama de cambiantes colores rosa, azul, amarillo, blanco, violeta.
-¡Ha muerto mi amigo! ¡Ha muerto, yo también quiero morir! -Las sarmentosas ramas se habían consumido, la llama se arrastró sobre las brasas, dijo adiós a la cremallera, y la salamandra murió de inanición.
Aloysius Bertrand (1807-1841)