Levantamos nuestro velamen y en menos de dos días arribamos a la Isla de las Herramientas.
Era ésta una isla desierta y de nadie habitada. Había muchos árboles de los que pendían hoces, picos, serruchos, sierras, cinceles, martillos, tijeras, tenazas, palas, virolas y berbiquíes.
De otros pendían dagas, puñales, espadas, cortaplumas, cuchillos, punzones, cimitarras, estoques, flechas, mandobles y navajas.
El que necesitaba cualquiera de estos objetos no tenía más que sacudir el árbol: caían enseguida como ciruelas, y al llegar a tierra encontraban una especie de yerba que se llamaba vaina y en ellas se envainaban. Cuando caían era preciso precaverse para que no cayeran sobre la cabeza, los pies u otra parte del cuerpo. Caían de punta, para envainarse, con gran riesgo de herir a la gente.
Debajo de otros árboles vi ciertas especies de yerbas que crecían como picas, lanzas, jabalinas, alabardas, partesanas, rejones y asadores; crecían tanto que envolvían al árbol del que tomaban los hierros y las hojas convenientes para cada uso.....
Francois Rabelais Pantagruel (1564)