Poeta colombiano sin pretensiones, precursor del modernismo, amigo de Wilde y Mallarmé, Silva fue un gentleman obsesionado por el lujo: amaba las joyas, los buenos trajes, el arte, el té chino, los libros caros y los cigarrillos turcos. Para él, esas cosas importaban más que cualquier ser vivo y, por ello, no se le conocen romances. Su suicidio es sencillamente impecable: a los 30 años, tras escribir la novela "La sobremesa" (desaparecida en un naufragio), va al médico y le obliga a dibujar sobre su pecho el lugar exacto del corazón. Entonces celebra una fiesta por todo lo alto y, como fin de fiesta, se coloca una esponja junto al costado de su frac, para evitar que la sangre le manche la pechera, y se pega un tiro en el pecho que acaba con su vida.
ENFERMEDADES DE LA NIÑEZ
A una boca vendida,
a una infame boca,
cuando sintió el impulso que en la vida
a locuras supremas nos provoca,
dio el primer beso, hambriento de ternura
en los labios sin fuerza, sin frescura.
No fue como Romeo
al besar a Julieta;
el cuerpo que estrechó cuando el deseo
ardiente aguijoneó su carne inquieta,
fue el cuerpo vil de vieja cortesana,
Juana incansable de la tropa humana.
Y el éxtasis divino
que soñó con delicia
lo dejó melancólico y mohíno
al terminar la lúbrica caricia.
Del amor no sintió la intensa magia
y consiguió... una buena blenorragia.