Mi queridísima Gertrud:
Sentirás pena, sorpresa y desconcierto cuando sepas la extraña enfermedad que tuve desde que te fuiste. Llamé al médico y le dije: Déme alguna medicina porque me siento cansado. El contestó: ¡ Tonterías ! Usted no necesita medicinas, ¡ métase en la cama ! Yo insistí: No, no es esa clase de cansancio que se cura metiéndose en la cama. Tengo cansada la cara. El se puso serio y me dijo: Lo que usted tiene cansado es la nariz; una persona suele hablar demasiado cuando cree que tiene mucho olfato. Yo le dije: No, no es la nariz. Quizás es el pelo. Entonces él se puso más serio y contestó: Ahora lo entiendo: se ha desmelenado usted tocando el piano. No, le aseguro que no lo he hecho, repuse. Y no es exactamente el pelo, es más bien entre entre la nariz y la barbilla. Entonces él se puso todavía más serio y dijo: ¿Ha estado usando mucho la barbilla últimamente? Yo dije: No. ¡Vaya!, dijo él, esto me desconcierta mucho. ¿Cree usted que se trata de los labios? ¡Claro!, dije, ¡Se trata exactamente de esto! Entonces él se puso más serio y dijo: Creo que ha estado usted dando demasiados besos. Bueno, dije, le di un beso a una amiguita mía. Piénselo bien, me dijo él, ¿está seguro de que fue sólo uno? Yo lo pensé bien y dije: Quizá fueron once. Después el médico dijo: No tiene que darle más besos hasta que sus labios hayan descansado. ¿Pero qué voy a hacer?, dije, porque verá, yo le debo todavía ciento ochenta y dos besos más. Entonces él se puso tan serio que las lágrimas le corrieron por las mejillas, y dijo: Puede mandárselos en una caja. Y entonces me acordé de la cajita que había comprado una vez en Dover, con la idea de regalársela a alguna niña. Por lo tanto los he guardado allí con mucho cuidado. Dime si han llegado bien o si se ha perdido alguno por el camino.
Te quiere
Lewis Carroll Niñas