El discutible principio popular de que "no hay dos sin tres" nunca fue más objetable que en el caso de Juan Pedro Rearte. Este viejo criollo, que había sido durante quince años cochero de la Compañía de Tranvías Ciudad de Buenos Aires se fracturó una pierna hacía fines de la centuria pasada. Fue el suyo un accidente alegórico de fin de siglo: el tranvía que dirigía se llevó por delante la última carreta de caballos que cruzaba las calles del centro. En "El Diario" de Láinez se destacó este episodio urbano como un postrer incidente de la lucha entre la Civilización y la Barbarie; y así, en virtud del descuido que le impidió detener los caballos de su coche en la barranca de la calle Comercio, Rearte fue investido por el anónimo cronista, del carácter de símbolo del Progreso.
El involuntario agresor de la última carreta tucumana fue llevado al Hospital de Caridad, en una de cuyas salas aguardó, con la paciencia de todos los humildes, a que el tiempo le soldara los dos fragmentos de tibia, violentamente separados por el choque y no menos violentamente puestos en presencia uno de otro por el precipitado cirujano que le hizo la primera cura. El buen discípulo de Pirovano, a fin de ahorrar unos minutos, le acortó en cuatro centímetros la pierna derecha al pobre conductor de tranvía.
En su premura por asistir a aquel acto de beneficencia, había tratado la fractura, que era directa y total, como si fuese simple e incompleta, y dado que entre los milagros que puede obrar la Naturaleza, que son muchos, no se cuenta, sin embargo, el de corregir los errores de los médicos, Juan Pedro Rearte abandonó el hospital cojeando, y cojeando penetró en el siglo XX.
Arturo Cancela y Pilar de Lusarreta