- A usted le gustaban las mujeres y, además de Malou, tuvo usted a su doméstica, a su cuñada y dos queridas más.....
El acusado comprendió el alcance procesal de esta pregunta. Confuso, fue a clavar su único ojo bueno en el sustituto Milad, su doble, y dijo:
- Me gustaban las mujeres, como gustan a todos los hombres.....
El asesino parecía sentir un nudo en la garganta. La presencia de su doble empezaba a causar en él un visible aunque misterioso malestar, un gran miedo acaso.....
Siempre que se le formulaba una pregunta grave y tremenda, miraba con su único ojo a su doble y respondía cada vez más vencido. La presencia de Milad le hacía un daño creciente, influyendo funestamente en la marcha de su espíritu y del juicio. Al final de la primera audiencia, sacó su pañuelo y se puso a llorar.
En la tarde de la segunda audiencia, se ha mostrado aún más abatido. Ayer, día de la sentencia, el asesino era, antes de la condena, un guiñapo de hombre, un deshecho, un culpable irremediablemente perdido. Casi no ha hablado ya. Al leerse el veredicto de muerte, estuvo hundido en su banco, la cabeza sumersa entre las manos, insensible, frío, como una piedra. Cuando en medio del alboroto y los murmullos de la multitud consternada, le sacaron los guardias, sólo miraba fijamente a la cara de Milad, su doble, el sustituto.
A tal punto es social y solidaria la conciencia individual.
César Vallejo