De pie sobre su cornisa de escorias, casi suspendido en el vértigo, un personaje irrisorio y coronado de laurel me tendió la mano invitándome a bajar.
Yo rehusé amablemente, invadido por el terror nocturno, diciendo que todas las expediciones hombre adentro acababan siempre en superficial y vana palabrería.
Preferí encender la luz y me dejé caer otra vez en la profunda monotonía de los tercetos, allí donde una voz que habla y llora al mismo tiempo, me repite que no hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria.
J. J. Arreola (1962)