Se murió la vieja. Su hermana, la más vieja, no la puede llorar, le duele un ojo. Un ojo ya muy viejo y operado de poco. No la puedo llorar, dice llorando con el otro ojo. Se murió la vieja. Me lo dijo con pena una vecina. Bajamos la escalera de puntillas. Se murió este verano. No la puedo llorar, dice su hermana, doliéndole en el ojo el llanto retraído. Quién lo iba a decir con la luz del verano. No la puedo llorar. El verano está lleno casi siempre de indefinibles muertes y aposentos vacíos.
José Ángel Valente El fin de la edad de plata