-Rezaba por tu alma.
-No era necesario: yo ya he rezado por la tuya. ¡En guardia!
Y, velozmente, le clava el cuchillo en el pecho, por el que empieza a manar la sangre a borbotones. Juan lanza un grito y cae sobre una rodilla, agarrando a Barraou por el muslo, mientras éste le arranca mechones de pelo y le asesta varios golpes en los riñones y, de un envés, le raja el vientre. En el suelo, los dos ruedan por el polvo. Unas veces es Barraou quien está encima, otras Juan; los dos rugen y se retuercen.
Uno levanta el brazo, rompiendo la hoja de su cuchillo contra la pared, el otro clava a su adversario la suya en la garganta. Ensangrentados y despedazados lanzan horribles estertores. Son sólo una masa de de sangre que fluye y se coagula.
Ya millares de moscardones y de escarabajos impuros entran y salen por sus narices y bocas y chapotean en la postema de sus heridas.
Al anochecer, un comerciante tropezó con los cadáveres y, volviéndose, dijo: "Bah, son sólo dos negros." Y pasó de largo.
Petrus Borel (1809-1859)