Es una repetición frecuente, cabalgante, imperiosa en grado sumo.
Nada que hacer.
Ni los sermones más episcopales han surgido efecto en sus costumbres salvajes.
Lulú es el huracán del caos, el azote de las habitaciones, el tenebroso castigo de los pecados. Es divina, por eso, en sus designios secretos.
Veo las blusas tiradas entre mis camisas francesas, sus calzones colgando en la ducha, los platos amontonados en los rincones más inverosímiles de nuestra lujuria pasada, los vasos, la cama revuelta con sus medallones lechosos.
Lulú, Lulú, cuántas veces te he dicho.
Ella estira la pierna y me dice que le está doliendo el tobillo, me duele de una manera bárbara, tremenda, no te imaginas.
Y yo me quedo en silencio contemplando sus muslos torneados.
Lulú, cuántas veces te he dicho que no.
Sin duda hay un desequilibrio entre nuestras aspiraciones profundas, pienso mientra tiro mi pantalón amarillo entre las camisas cochinas.
Lulú la meona