Homo peccator el que esta noche se disfraza de bonete y polainas, dice llamarse Filiberto de Rengo, desliza hacia tu alcoba en penitencia su pernicioso tobillo, y luego su pezuña que encubre la malicia de su pata de mulo.
Ten cuidado, Obdulia, del cardíaco Quasimodo, sibilino y lascivo. Te cortará con una gillette los nueve velos que cubren tu fanatismo, tu ira, tu rencor.
No acoples con el enviado diabólico. Triste figura la suya: gordo, coludo, colón, recatado pero gracioso, de cuchillo sin vaina, callos locos, bocio y pelvis púrpura; dominado por la artrosis, los espíritus, el bloqueo, la arritmia. Con marcapaso cojo y peluca como una zorra terca, un higo, una chirimoya que muere.
No ayuntes, Princesa de los Inútiles: que nadie toque tus almorranas. Cuídate de la pezuña del Trauco que se derrumba sobre la soltería del tálamo como un pie humanista. No hagas módulo con nadie y hunde tus caderas; acolmíllale el tobillo y gana tiempo, coqueta, pero no le muerdas la pezuña, por nada del mundo me la muerdas.
H. L. Cerda (1939)