Incluso
ahora, veinte años después, puedo verle colocándose las medias de su
novia alrededor del cuello antes de partir para una emboscada.
Era su
único rasgo excéntrico. Las medias, decía, tenían las propiedades de un
amuleto. Le gustaba hundir la nariz en el nailon y aspirar el aroma del
cuerpo de su novia; le gustaban los recuerdos que ello le inspiraba; a
veces dormía con las medias contra la cara, como duerme un niño con una
manta mágica, seguro y tranquilo. Pero sobre todo las medias eran como
un talismán. Le mantenían a salvo. Le daban acceso a un mundo espiritual
donde las cosas eran suaves e íntimas, un sitio adonde algún día
llevaría a vivir a su novia. Como muchos de nosotros en Vietnam, Dobbins
sentía el tirón de la superstición, y creía con firmeza y absolutamente
en el poder protector de las medias. Eran como una armadura, pensaba.
Cada vez que nos poníamos el equipo para una emboscada nocturna,
mientras nos colocábamos los cascos y los chalecos antibalas, Henry
Dobbins ejecutaba el ritual de acomodarse las medias de nailon alrededor
del cuello; hacía un nudo con esmero y dejaba caer ambas perneras por
encima del hombro izquierdo. Le gastábamos bromas, desde luego, pero
llegamos a apreciar el misterio de todo aquello. Dobbins era
invulnerable. No había sufrido ni una herida, ni un rasguño. En agosto
tropezó con una mina, que no estalló. Y una semana después quedó al
descubierto durante un feroz y breve tiroteo cruzado, sin ningún sitio
donde cubrirse, pero se limitó a deslizar las medias sobre su nariz y a
respirar hondo y dejar que la magia funcionara.
Nos convirtió en un pelotón de creyentes. No discutes los hechos.
Pero,
hacia fines de octubre, su novia le dejó. Fue un golpe duro. Dobbins se
quedó quieto un rato, con los ojos bajos, clavados en la carta, pero al
fin sacó las medias y se las ató alrededor del cuello como una bufanda.
–No hay que hacerse mala sangre –dijo–. Yo la sigo amando. La magia no desaparece.
Fue un alivio para todos nosotros.
Tim O´Brien (1946.....)
Tim O´Brien (1946.....)