Recogí
a un vagabundo en la carretera. Me arrepentí enseguida. Olía mal. Sus
harapos ensuciaron la tapicería de mi coche. Pero Dios premió mi acto de
caridad y convirtió al vagabundo en una bella princesa. Ella y yo
pasamos la noche en un motel. Al amanecer, me desperté en brazos del
maloliente vagabundo. Y comprendí que Dios nos premia con los sueños y
nos castiga con la realidad.
Gonzalo Suárez (1934....)