Espectáculo de felicidad indecible y provocadora del que uno no consigue hartarse.
* Un viejo amigo vagabundo o, si se prefiere, músico ambulante, fue a pasar una temporada a casa de sus padres, en las Ardenas. Un domingo por la mañana, discutió por una tontería con su madre, maestra jubilada, cuando ésta se disponía a ir a misa. Fuera de sí, súbitamente pálida y muda, arrojó al suelo sombrero, abrigo, blusa, falda, bragas, medias y, completamente desnuda, ejecutó una danza lasciva ante su marido y su hijo, quienes, pegados a la pared, aterrados y paralizados, fueron incapaces de detenerla con un gesto o una palabra. Acabada la demostración, se desplomó en un sillón y comenzó a sollozar.
* Varios centenares de turistas, escandinavos en su mayoría, esperan en la frontera española delante de la aduana. A una mujer corpulenta, visiblemente ibérica, le entregan un telegrama; por él se entera de la muerte de su madre y comienza a chillar.
Qué suerte poder descargarse con tanta rapidez de una pena, en lugar de disimularla y almacenarla como hubiera hecho cualquiera de aquellos nórdicos descoloridos que miraban aturdidos y que, víctimas de su discreción y de su compostura, se derrumbarán un día en el diván del psicoanalista.
E.M. Cioran (o la humillación de ser tan sólo un hombre)