Un santo varón pidió a Dios que le revelara quién iba a ser su compañero en el Paraíso. La respuesta vino en sueños: "El carnicero de tu barrio." El hombre se afligió sobremanera por tan vulgar e indocto personaje. Hizo ayuno y tornó a pedir, en oración. El sueño se reiteró: "El carnicero de tu barrio." Lloró el piadoso, oró y rogó. Nuevamente lo visitó el sueño: En verdad que si no fueras tan piadoso, serías castigado. ¿Qué hallas de despreciable en un hombre cuya conducta desconoces? Fue a ver al carnicero y le preguntó por su vida. El otro le dijo que repartía sus ganancias entre los pobres y las necesidades de su casa y convino en que esto muchos lo hacían; recordó entonces que una vez redimió a una cautiva de la soldadesca a cambio de un gran esfuerzo de dinero. La educó y la halló apropiada para darla en matrimonio a su único hijo, cuando llegó un joven forastero que se veía angustiado y que manifestó que había soñado que allí se hallaba su prometida desde niña, la que había sido secuestrada por unos soldados. Sin vacilar, el carnicero le entregó a la joven. ¡Verdaderamente eres un hombre de Dios!, dijo el santo curioso y soñador. En las entretelas de su alma, deseó verse una vez más con Dios, para agradecerle en sueños el buen compañero que le había sido destinado para la eternidad. Dios fue parco: "No hay oficio despreciable, amigo mío."
Rabí Nisim