Se supone que, de hecho, el alma de un durmiente se aleja errante de su cuerpo y visita los lugares, ve las personas y verifica los actos que él está soñando. Cuando un indio del Brasil o las Guayanas sale de un sueño profundo, está convencido firmemente de que su alma ha estado en realidad cazando, pescando, talando árboles o cualquier otra cosa que ha soñado, mientras su cuerpo estuvo tendido e inmóvil en la hamaca. Un poblado entero bororo se aterrorizó y estuvo a punto de emigrar por uno de ellos que soñó que los enemigos se aproximaban sigilosamente. Un macusi de quebrantada salud que soñó que su patrón lo había hecho subir la canoa por una serie de difíciles torrenteras, a la mañana le reprochó amargamente su falta de consideración hacia un pobre inválido.
Los indios del Gran Chaco cuentan relatos increíbles de cosas que han visto y oído, y los forasteros los declaran grandes embusteros, pero los indios están firmemente convencidos de la verdad de sus relatos, pues esas maravillosas aventuras son sencillamente lo que sueñan y no saben distinguirlo de lo que sucede cuando están despiertos.
Cuando un dayako sueña que ha caído al agua pide al hechicero que pesque al espíritu con una red de mano, lo meta en un recipiente y se lo devuelva. Los santals cuentan del hombre que se durmió y soñó tanta sed que su alma en forma de lagarto dejó el cuerpo y se metió en una vasija para beber; pero el dueño de la vasija lo tapó, y el hombre, impedido de recuperar su alma murió. Se preparaban para el entierro cuando alguien destapó la vasija y el lagarto escapó, se reintegró al cadáver, y el muerto resucitó. Dijo que había caído en un pozo en busca de agua y que había tenido dificultades para volver y así lo entendieron todos.
James George Frazer La rama dorada (1890)