No quise ni encender la luz, ni espantarla...
Quise cazar aquella cabeza a la que pertenecía la cabellera y saqué mi peine de bolsillo para convencer al cabello con esa caricia del peinado que convence a todas las cabelleras.
Eran sedosos y vivos los cabellos —juro que no eran los de ninguna muerta—, y aunque avancé sigiloso por las galerías oscuras sin dejar de peinar los oleosos cabellos, no encontraba la cabeza buscada.
¡Qué larga cabellera! Como cola de vestido que daba vueltas a las habitaciones aunque su dueña estuviese muy lejos.
Era una cosa de la realidad con algo de ilusión. Me acerqué los cabellos como quien se acerca una flor para cloroformizarse de perfume, y percibí el olor humano de los cabellos, con un remoto recuerdo lanar...
Jugándome el todo por el todo, dejé la cabellera y encendí la luz.
Nada.
Pero había tenido la voluptuosidad de tener en mis manos la incentiva cabellera de la oscuridad.
Ramón Gómez de la Serna Los muertos y las muertas (1935)