Recogido por un comerciante de tabaco, el pequeño Poe fue llevado a Inglaterra, donde a los seis años acudía a un pensionado de las afueras de Londres. Más tarde estudió en la Universidad de Charlottesville, de la que fue expulsado debido a los excesos que cometía y las deudas que contraía. Decepcionado por este hecho, en 1827 se alistó en el Ejército, del que fue expulsado cuatro años más tarde por indisciplina.
Sin recursos, pobre y atacado ya de la fiebre por lo misterioso, regresó a Nueva York, ciudad en la que comenzó su atormentada vida de escritor. En 1836 se casa con una prima suya. Para poder sacar la casa y la familia adelante, Edgar hubo de ejercer toda clase de empleos y trabajos relacionados con el mundo editorial y el periodismo. Su esposa muere en 1847, y a partir de este momento el alcohol le atrapa irremisiblemente. Sólo piensa en morir, y en varias ocasiones intenta suicidarse. El 3 de octubre de 1849 es recogido en una callejuela de Baltimore, delirante, herido de muerte. Cuatro días después, el 7, moría en el hospital de la ciudad.
Temperamentalmente sensible, jamás nada destruyó su inquebrantable voluntad inteligente; ni la pobreza ínfima que padeció desde su niñez hasta su muerte, ni la lucha vital que sostuvo por sobrevivir, ni la falta de un éxito definitivo que lo estimulara...Nada, jamás, nunca, provocó en Poe una sensación de abandono, vacío o desamparo, que le obligara a cambiar, o invertir, su comportamiento frente a una sociedad que, de habérselo propuesto, le hubiera mitificado y cubierto de gloria sólo con que él, el Genio, hubiera accedido a integrarse.
Su voluntad fue tenaz; su optimismo, firme; su individualismo, un ejemplo. Somos deudores suyos en la medida en que nos ha dejado obras cuya belleza con nada se paga en este mundo.