Capítulo primero
Desde los primeros tiempos de su amistad con Tomás, Franz lo había encontrado excesivamente prudente.
-Pero, ¿cómo es posible que no quieras beber nada? La luz del atardecer acaba mucho mejor cuando, a la vez, estás acabando un vaso de whisky.
-¿Cómo voy a ingerir ese tóxico, si nunca he probado el vino?
-¿Ni siquiera la cerveza?
-¡Menos que menos! -respondía enfáticamente Tomás-. La efervescencia es lo peor.
Y se servía un vaso de agua mineral.
-¡Pero el agua mineral es efervescente! -gritaba Franz.
-Es que hoy no conseguí sin efervescencia -explicaba Tomás.
Y revolvía pacientemente el agua mineral con el mango de una cuchara de madera, hasta que los globitos así compulsados reventaban uno a uno en la superficie del líquido, dejando en las manos de Tomás un vaso de agua realmente irreprochable.
Capítulo segundo
Un día de verano, en los últimos tiempos de su amistad, Tomás fue a visitar a Franz. Lo encontró bebiendo una cerveza.
-He venido a explicarte mi último descubrimiento -dijo excitado-, ¡La efervescencia no es lo peor!
-¿Ah, no? -respondía Franz con cierta sorna, mientras sumergía su boca en la deliciosa efervescencia de la cerveza.
-No. Lo peor de todo es el oxígeno. Y esta pastillita -la alzaba como a un recién nacido- absorbe en pocos segundos todo el oxígeno del agua.
-¡Estás borracho!
-Eres tú el que está borracho: estabas bebiendo cuando llegué -respondió Tomás con calma-. Por favor -agregó-, apártate un poco más, ya sabes que no aguanto el olor a alcohol.
Franz se apartó un poco más.
Con aire de alquimista, Tomás extrajo de su portafolio una botellita de agua mineral sin efervescencia. La destapó con habilidad, y dejó caer en ella la milagrosa pastilla que habría de absorber todo el oxígeno, dejando convertida el agua, según infirió Franz, en impoluto hidrógeno.
Fue así como Tomás redescubrió por su cuenta la bomba de hidrógeno. Y como se produjo la explosión donde, por cierto, perdió la vida.
Epílogo
Franz, que se salvó gracias a su olor a alcohol, sigue opinando que no hay nada más peligroso que la prudencia excesiva.
César Fernández Moreno