Jonathan había venido a Amsterdam porque le quedaba cerca. Algunos días antes se había pinchado con una aguja humilde su gran barriga de mal viento.
Había dejado a todas sus mujeres que nunca lo habían amado demasiado a la que tenía los senos de mescalina a la que le daba de comer manteca caliente las tardes de verano a la de la túnica celeste que lo llevaba al mar.
Y Jonathan había dejado también su armónica que tocaba todos los días en los mercados y los bares y las plazas pero que nunca había escuchado demasiada gente.
Y Jonathan había dejado también un largo y viejo poema que nunca había terminado y que lo hacía soñar con momias por la noche y lavarse la cabeza con vino y hablar con la máquina de escribir. Y por fin Jonathan estaba solo con Jonathan en Amsterdam.
Se compraba manzanas en Nieuwjendik vagaba por el barrio de las luces rojas se sentaba en un banco de Vondel Park al sol.
Y Jonathan estaba solo con Jonathan en Amsterdam solo con sus bigotes marrones tan dulces y largos y tristes que no dejaban de caer nunca y rozaban el suelo y eran lo único que Jonathan no había dejado.
Raúl Núñez ( Buenos Aires, 1946 )