jueves, 27 de noviembre de 2014

Visita a Salvador Dalí

Fui a ver una exposición de Salvador Dalí, con la esperanza de encontrarme con el famoso pintor catalán. Y, efectivamente, estaba allí, en el fondo de la última sala, con sus bigotes largos y enhiestos como los de un mandarín manchú, siendo la figura central de una reunión de adolescentes imberbes y viejas señoras teñidas y reteñidas. Me dijeron que aquél era su auditorio predilecto: el de los que todavía no habían comenzado a vivir y el de los que ya habían dejado de vivir. Por intermedio del secretario de la exposición hice preguntar a Dalí si podía concederme una audiencia privada, de breves minutos. El pintor me miró fijamente durante un buen lapso, y me dijo:
-Lo conozco, he leído su Diario y me asombra que se haya demorado tanto en venir a conocerme. Mis palabras le hubieran ahorrado el fastidio, hasta el inútil suplicio de escuchar millares de palabras sin peso y sin sentido. Ahora es demasiado tarde. Vuelva, pues, a sus imbéciles de escape libre y a sus loros cronométricos.
Me disculpé lo mejor que pude, pero Dalí se mostró intransigente; sus bigotes se agitaban al soplo de su ira mal contenida.
-Váyase, míster Gog, no soy el hombre que usted busca. Usted no podría comprender ni siquiera uno de mis pensamientos. Usted ama a los hombres originales, y yo estoy muy por encima de la originalidad, puesto que represento lo nuevo en lo eterno. Usted busca a los hombres inteligentes, y yo estoy por encima de la inteligencia dado que soy el genio absoluto.
No puedo decir que soy semejante a usted, que está sumergido en las bañeras de la trivialidad. En estos tiempos mi empresa es demasiado importante y no puedo perder ni siquiera un minuto para reparar ese mecanismo gastado que es su cerebro.
-Pero, ¡señor Dalí...!
-¿Tal vez quiere saber qué es lo que estoy haciendo? Es cosa demasiado difícil para usted. Simplemente estoy transformando en formas y signos nuevos toda la realidad humana y divina; estoy dando vuelta al mundo que todos conocen a fin de mostrar la otra parte, el anverso, el otro lado. La verdad es como la luna, que muestra solamente una de sus fases. Solamente mi genio puede imponer una segunda y más auténtica visión del universo. Dios ha dejado su creación a medio hacer, corresponde ahora a Salvador Dalí completarla y terminarla. Por todo ello estoy obligado a rehacer a Dios, es decir, la idea errada y baja que tienen los hombres de Dios. Dalí no es un artista como lo fueron todos los artistas hasta hoy, sino un creador que ha de abrir la segunda era de la Humanidad: antes de Dalí y después de Dalí. Dalí es el único redentor y la pintura es su evangelio.
¿Cómo quiere, pues, que pueda perder ni un solo minuto con usted? Váyase o le haré expulsar por mi ángel gendarme.
                                                  Giovanni Papini   El libro negro