Inerme, estaba sentado aún en el baño, observando los insectos de la pared colocados en ángulos diferentes, como navíos en rada. Serpenteando, una oruga comenzó a acercársele atisbando a derecha e izquierda con inquisitivas antenas. Un enorme grillo de pulido fuselaje, se agarraba de la cortina y se mecía con leve movimiento a la vez que se limpiaba el rostro como un gato, en tanto que sus ojos, clavados en dos cañas, parecían girar en su cabeza. Se volvió esperando encontrar mucho más cerca a la oruga, pero también ella se había vuelto, desviando ligeramente sus amarras. Ahora un alacrán se le acercaba moviéndose con lentitud. De pronto el Cónsul se levantó temblando de pies a cabeza. Pero no era el alacrán lo que le importaba. De súbito las leves sombras de clavos aislados, las manchas de mosquitos aplastados, las mismas cicatrices y cuarteaduras de la pared comenzaban a pulular, así que, por doquiera que mirase, a cada momento, nacía otro insecto que comenzaba a arrastrarse hacia su corazón. Era como si ( y esto le resultaba lo más asombroso ) todo el mundo de los insectos se le acercase, le arrinconase y se precipitase sobre él. Por un momento, la botella de tequila en el fondo del jardín resplandeció en su alma y el Cónsul dando traspiés llegó hasta su recámara.
Malcolm Lowry Bajo el volcán (1947)