Cuando uno ha pasado su juventud recogiendo colillas en Deux-Magots, lavando vasos en una trastienda sombría y grasienta, cubriéndose, en invierno, con periódicos viejos para calentarse en el banco helado que sirve al mismo tiempo de dormitorio, de vivienda y de cama, cuando a uno le llevaron dos guardias a la comisaría por haber robado un pan en la panadería; cuando uno ha vivido día a día trescientas sesenta y cinco veces y un cuarto por año, como el pájaro-mosca en la rama del loto; en una palabra, cuando uno se ha alimentado con plancton, se tienen derechos como escritor realista, y la gente que lo lee piensa para sí misma: este hombre ha vivido lo que cuenta, ha sentido lo que describe.
Pero yo siempre he dormido en una buena cama, no me gusta fumar, el plancton no me tienta en absoluto, y si alguna vez hubiese robado algo, habría sido carne. Los carniceros, de naturaleza más sanguínea que los panaderos, no te llevan a la comisaría por un desgraciado filete de las sobras, sino que más bien se lo cobran sobre la misma persona con magníficos puntapiés en los riñones.
Boris Vian
** Novela escrita en 1946 para "divertir a un grupo de amigos" en la que Vian combina la descripción de una cierta juventud desenfrenada de la postguerra con la del increíble funcionamiento de un organismo dedicado a las más inverosímiles actividades, tales como la unificación de las clavijas para ruedas traseras de carretillas, o los coladores para pasteles. . . .