martes, 13 de enero de 2015

A enredar los cuentos

Érase una vez una niña que se llamaba Caperucita Amarilla.
¡No, Roja!
¡Ah!, sí, Caperucita Roja. Su mamá la llamó y le dijo: “Escucha, Caperucita Verde…”
¡Que no, Roja!
¡Ah!, sí, Roja. “Ve a casa de tía Diomira a llevarle esta piel de papa”.
No: “Ve a casa de la abuelita a llevarle este pastel”.
Bien. La niña se fue al bosque y se encontró una jirafa.
¡Qué lío! Se encontró al lobo, no una jirafa.
Y el lobo le preguntó: “¿Cuántas son seis por ocho?”
¡Qué va! El lobo le preguntó: “¿Adónde vas?”
Tienes razón. Y Caperucita Negra respondió…
¡Era Caperucita Roja, Roja, Roja!
Sí. Y respondió: “Voy al mercado a comprar salsa de tomate”.
¡Qué va!: “Voy a casa de la abuelita, que está enferma, pero no recuerdo el camino”.
Exacto. Y el caballo dijo…
¿Qué caballo? Era un lobo
Seguro. Y dijo: “Toma el tranvía número setenta y cinco, baja en la plaza de la Catedral, tuerce a la derecha, y encontrarás tres peldaños y una moneda en el suelo; deja los tres peldaños, recoge la moneda y cómprate un chicle”.
Tú no sabes contar cuentos en absoluto, abuelo. Los enredas todos. Pero no importa, ¿me compras un chicle?
Bueno, toma la moneda.
Y el abuelo siguió leyendo el periódico. 
                                                                          Gianni Rodari