martes, 19 de mayo de 2015

Elisa y Yo


       Elisa
Dime tú, a quien amo, ¿todos los hombres se parecen a ti?
       Yo
Los hombres no son dioses mientras gozan del amor, pero lo son después.
       Elisa
¿Es decir, que son indiferentes?
       Yo
No, se sienten satisfechos y ahítos.
       Elisa
¿No tienen entonces hambre siempre?
       Yo
¡Ay, no!
       Elisa
¿Pero por lo menos no desdeñan la boca cuya saliva les ha extasiado?
       Yo
¡Olvidan hasta su sabor!
       Elisa
¿También ellos? Siento ganas de llorar.
       Yo
Hay hombres que aman las lágrimas.
       Elisa
¿Amas tú las lágrimas?
       Yo
¿Lo sé acaso? Cuando uno es feliz no ama más que su propia felicidad.
                        Remy de Gourmont   Una noche en el Luxemburgo (1906)
       

       

domingo, 17 de mayo de 2015

Cuentos inmorales

    -¡Vamos! De pie, Cazador, ¿qué haces todavía de rodillas?
    -Rezaba por tu alma.
    -No era necesario: yo ya he rezado por la tuya. ¡En guardia!
Y, velozmente, le clava el cuchillo en el pecho, por el que empieza a manar la sangre a borbotones. Juan lanza un grito y cae sobre una rodilla, agarrando a Barraou por el muslo, mientras éste le arranca mechones de pelo y le asesta varios golpes en los riñones y, de un envés, le raja el vientre. En el suelo, los dos ruedan por el polvo. Unas veces es Barraou quien está encima, otras Juan; los dos rugen y se retuercen.
Uno levanta el brazo, rompiendo la hoja de su cuchillo contra la pared, el otro clava a su adversario la suya en la garganta. Ensangrentados y despedazados lanzan horribles estertores. Son sólo una masa de de sangre que fluye y se coagula.
Ya millares de moscardones y de escarabajos impuros entran y salen por sus narices y bocas y chapotean en la postema de sus heridas.
Al anochecer, un comerciante tropezó con los cadáveres y, volviéndose, dijo: "Bah, son sólo dos negros." Y pasó de largo.
                                                  Petrus Borel   (1809-1859)


sábado, 16 de mayo de 2015

El poderoso rey que condenó a muerte a un rio

Alrededor del año 540 a.C, el rey persa Ciro II el Grande, estaba barriendo con sus ejércitos el Este de Europa y muchos territorios del cercano Oriente. Ahora avanzaba hacia la ciudad de Babilonia. Un día, él y su ejército llegaron a las orillas del río Gyndes.
Antes de que se terminaran los preparativos para cruzarlo, uno de sus caballos blancos sagrados se lanzó al agua y trató de cruzar a nado, pero sumergido entre los remolinos, murió ahogado. El gran rey Ciro no estaba acostumbrado recibir el desafío de nadie -ni siquiera de un río- y enfurecido por la muerte del caballo, lo condenó con dejarle tan pobre y desvalido que hasta las mujeres pudiesen atravesarlo sin que les llegase el agua a las rodillas.
Ciró aplazó su campaña contra Babilonia y ordenó ejecutar la sentencia.
Para ello dividió a su ejército en dos partes, cada una en una orilla del Gyndes, marcando con cuerdas 180 acequias a cada lado del río..... y les ordenó que comenzasen a cavar.....
Cerca de tres meses duró la empresa, hasta que al final las acequias se convirtieron en 360 canales que desangraron el río. Al final de la colosal obra, Ciro marchó en señal de triunfo con sus hombres sobre el Gyndes, que quedó reducido a una red de arroyos insignificantes.
Por suerte, la Naturaleza quiso que muchos años después el río volviese de nuevo a su cauce, revocando la sentencia de muerte de aquel poderoso rey.
                                                                         Historias de la Historia

viernes, 15 de mayo de 2015

El mono de la tinta

     "Este animal abunda en las regiones del norte y tiene cuatro o cinco pulgadas de largo; está dotado de un instinto curioso; los ojos son como cornalinas, y el pelo es negro azabache, sedoso y flexible, suave como una almohada. Es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas escriben, se sienta con una mano sobre la otra y las piernas cruzadas esperando que hayan concluido y se bebe el sobrante de la tinta. Después vuelve a sentarse en cuclillas, y se queda tranquilo."
                                Wang Ta-Hai   (1791)

Los Antílopes de Seis Patas

De ocho patas dicen que está provisto el caballo del dios Odín, Sleipnir, cuyo pelaje es gris y que anda por la tierra, por el aire y por los infiernos; seis patas atribuye a los primitivos Antílopes un mito siberiano. Con semejante dotación era difícil, o imposible, alcanzarlos; el cazador divino Tunk-poj fabricó unos patines especiales con la madera de un árbol sagrado que crujía incesantemente y que los ladridos de un perro le revelaron. También crujían los patines y corrían con la velocidad de una flecha; para sujetar, o moderar, su carrera, hubo que ponerles unas cuñas fabricadas con la leña de otro árbol mágico. Por todo el firmamento persiguió Tunk-poj al Antílope. Este, rendido, se dejó caer a la tierra y Tunk-poj le cortó las patas traseras.
"Los hombres -dijo- son cada día más pequeños y débiles. Cómo van a poder cazar Antílopes de Seis Patas, si yo mismo apenas lo logro."
Desde aquel día los Antílopes son cuadrúpedos.
                             J.L. Borges   El libro de los Seres Imaginarios  (1957)

miércoles, 13 de mayo de 2015

Edith Sitwell (1887-1964)

Poetisa, antóloga, prosista y conferenciante inglesa nacida en 1887.
Desde muy joven vive la soledad del abandono sufrido por parte de un padre extravagante y de una madre a la que desagradaba profundamente el físico de su hija.
Famosa por sus excentricidades y por la pasión de sus filias y sus fobias. En 1916 empezó a dirigir Wheels , una antología anual de poesía moderna que se oponía al naturalismo de la poesía imperante en las primeras décadas del siglo XX.
A partir de ese momento, varios libros de poesía, libretos de ópera y danza, estudios críticos y libros en prosa cimentaron la fama de esta mujer en posesión de la Orden del Imperio Británico.
Entre sus obras más importantes cabe mencionar "canciones callejeras, la canción del frío, la sombra de Caín, aún cae la lluvia, trompetas para Isabel, las reinas y las colmenas, etc" Pero la obra que más ha trascendido es "Ingleses excéntricos", un museo incomparable de las figuras más raras de la historia inglesa: ermitaños decorativos, charlatanes, curanderos, aventureros, avaros y hombres doctos, entre los cuales:
* La anciana condesa de Desmond, que trepó a un manzano a los ciento cuarenta años de edad.
* El anfibio Lord Rokeby, cuya barba le llegaba a las rodillas y quien apenas si salía del agua.
* El loco hacendado Jack Mytton, que se tomaba ocho botellas de oporto al día, derrochó medio millón de libras esterlinas y prendió fuego a su camisa de dormir para quitarse el hipo.
* El irascible capitán Thicknesse, quien legó su mano derecha, que habrían de cortarle a su muerte, a su hijo.
* La patética princesa Caraboo, que robó el corazón de Napoleón.
* El virtuoso hacendado Waterton, quien acostumbraba a cabalgar a lomos de un cocodrilo.
                                             
                                                         
                                                                   

domingo, 10 de mayo de 2015

Fotografia


Homo peccator el que esta noche se disfraza de bonete y polainas, dice llamarse Filiberto de Rengo, desliza hacia tu alcoba en penitencia su pernicioso tobillo, y luego su pezuña que encubre la malicia de su pata de mulo.
Ten cuidado, Obdulia, del cardíaco Quasimodo, sibilino y lascivo. Te cortará con una gillette los nueve velos que cubren tu fanatismo, tu ira, tu rencor.
No acoples con el enviado diabólico. Triste figura la suya: gordo, coludo, colón, recatado pero gracioso, de cuchillo sin vaina, callos locos, bocio y pelvis púrpura; dominado por la artrosis, los espíritus, el bloqueo, la arritmia. Con marcapaso cojo y peluca como una zorra terca, un higo, una chirimoya que muere.
No ayuntes, Princesa de los Inútiles: que nadie toque tus almorranas. Cuídate de la pezuña del Trauco que se derrumba sobre la soltería del tálamo como un pie humanista. No hagas módulo con nadie y hunde tus caderas; acolmíllale el tobillo y gana tiempo, coqueta, pero no le muerdas la pezuña, por nada del mundo me la muerdas.
                                                                                       H. L. Cerda   (1939)


sábado, 9 de mayo de 2015

Los roedores de árboles


Aislado, prisionero o trabajando, Alejandro Dumas, padre, se consolaba con el olor de un vestido de mujer. Tres hombres semejantes con el mismo sombrero redondo, la misma estatura corta, se asombraron de verse tan parecidos y se adivinaron una idea igual: robar la consolación del solitario.

                                               Max Jacob   (1876-1944)

Lulú

Es una repetición frecuente, cabalgante, imperiosa en grado sumo.
Nada que hacer.
Ni los sermones más episcopales han surgido efecto en sus costumbres salvajes.
Lulú es el huracán del caos, el azote de las habitaciones, el tenebroso castigo de los pecados. Es divina, por eso, en sus designios secretos.
Veo las blusas tiradas entre mis camisas francesas, sus calzones colgando en la ducha, los platos amontonados en los rincones más inverosímiles de nuestra lujuria pasada, los vasos, la cama revuelta con sus medallones lechosos.
Lulú, Lulú, cuántas veces te he dicho.
Ella estira la pierna y me dice que le está doliendo el tobillo, me duele de una manera bárbara, tremenda, no te imaginas.
Y yo me quedo en silencio contemplando sus muslos torneados.
Lulú, cuántas veces te he dicho que no.
Sin duda hay un desequilibrio entre nuestras aspiraciones profundas, pienso mientra tiro mi pantalón amarillo entre las camisas cochinas.
                    Lulú la meona

domingo, 3 de mayo de 2015

El pulmón y el opio

El pulmón es un saco de glóbulos. Cada glóbulo se divide en alvéolos, en comunicación directa con los bronquios. Un glóbulo corresponde al pulmón completo de una rana. La superficie interna, lisa, está tapizada por una red de capilares sanguíneos. De modo que el pulmón, extendido, planchado, cubriría doscientos metros cuadrados. Usted ha leído bien.
El humo impregna, pues, de golpe ciento cincuenta metros cuadrados de superficie pulmonar.
De ahí los efectos instantáneos del opio en el fumador.
El fumador asciende lentamente como un globo, lentamente se vuelve y vuelve a caer lentamente sobre una luna muerta, cuya débil atracción le impide irse de nuevo.
Aunque se levante, hable, actúe, aunque sea sociable, o viva en apariencia, los gestos, el andar, la piel, las miradas, la palabra no refleja por eso una vida menos sometida a otras leyes de palidez y gravedad.
El viaje a la inversa tendrá lugar por su cuenta y riesgo. El fumador paga en primer lugar su rescate. El opio lo abandona, pero el regreso carece de encantos.
No obstante, al volver a su planeta, conserva una nostalgia.
                        Jean Cocteau    Opio (1930)