sábado, 28 de febrero de 2015

La foto

Jaime y Paula se casaron. Ya durante la luna de miel fue evidente que Paula se moría. Apenas unos pocos meses de vida le pronosticó el médico. Jaime, para conservar ese bello rostro, le pidió que se dejara fotografiar. Paula, que estaba plantando una semilla de girasol en una maceta, lo complació: sentada con la maceta en la falda sonreía y...
¡Clic!
Poco después, la muerte. Entonces Jaime hizo ampliar la foto -la cara de Paula era bella como una flor-, le puso vidrio, marco y la colocó en la mesita de noche.
Una mañana, al despertarse, vio que en la fotografía había aparecido una manchita. ¿Acaso de humedad? No prestó más atención. Tres días más tarde: ¿qué era eso? No una mancha que se superpusiese a la foto sino un brote que dentro de la foto surgía de la maceta. El sentimiento de rareza se convirtió en miedo cuando en los días siguientes comprobó que la fotografía vivía como si, en vez de reproducir a la naturaleza, se reprodujera en la naturaleza. Cada mañana, al despertarse, observaba un cambio. Era que la planta fotografiada crecía. Creció, creció hasta que al final un gran girasol cubrió la cara de Paula.
                                                                                         Enrique Anderson Imbert  (1910-2000)

viernes, 27 de febrero de 2015

La cabellera de la sombra


En la oscuridad sentí una cabellera, una larga cabellera...
No quise ni encender la luz, ni espantarla...
Quise cazar aquella cabeza a la que pertenecía la cabellera y saqué mi peine de bolsillo para convencer al cabello con esa caricia del peinado que convence a todas las cabelleras.
Eran sedosos y vivos los cabellos —juro que no eran los de ninguna muerta—, y aunque avancé sigiloso por las galerías oscuras sin dejar de peinar los oleosos cabellos, no encontraba la cabeza buscada.
¡Qué larga cabellera! Como cola de vestido que daba vueltas a las habitaciones aunque su dueña estuviese muy lejos. 
Era una cosa de la realidad con algo de ilusión. Me acerqué los cabellos como quien se acerca una flor para cloroformizarse de perfume, y percibí el olor humano de los cabellos, con un remoto recuerdo lanar...
Jugándome el todo por el todo, dejé la cabellera y encendí la luz.
Nada.
Pero había tenido la voluptuosidad de tener en mis manos la incentiva cabellera de la oscuridad. 
          Ramón Gómez de la Serna  Los muertos y las muertas (1935)


  
           

jueves, 26 de febrero de 2015

La manzana: tragedia


Así pues, al séptimo día
La serpiente descansó.
Dios vino a él.
"He inventado otro juego", dijo

La serpiente
Contempló sorprendida a aquel intruso.
Pero Dios dijo: "¿Ves esta manzana?
La exprimo y mira... : sidra",

La serpiente bebió un buen trago
Y se curvó en una pregunta.
Adán bebió y dijo: "Sé mi dios".
Eva bebió y se abrió de piernas

Y llamó a la astuta serpiente
Y le dio gusto.
Dios corrió a decírselo a Adán
Quien, ebrio de ira, trató de ahorcarse en el huerto.

La serpiente intentó explicarse, gritando "¡Alto!, ¡Alto!
Pero la sidra le hacía tartamudear
Y Eva empezó a chillar: "¡Violación!, ¡Violación!
Y a patearle la cabeza.

Ahora, siempre que la serpiente aparece, Eva grita:
"¡Que viene! ¡Que viene! ¡Socorro!"
Y Adán estrella una silla contra su cabeza,
Y Dios asiente complacido.

Y todo se va al infierno.
      Ted Hughes  Cuervo (1985)

miércoles, 25 de febrero de 2015

El Lobo


Logré que uno de mis compañeros de hostería -un soldado más valiente que Plutón- me acompañara. Al primer canto del gallo emprendimos la marcha; brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a una tumbas. Mi hombre se para; empieza a conjurar astros; yo me siento y me pongo a contar las columnas y a canturrear. Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y dejar la ropa al borde del camino. De miedo se me abrieron las carnes; me quedé como muerto: lo vi orinar alrededor de su ropa y convertirse en Lobo.
Lobo, rompió a dar aullidos y huyó al bosque.
Fui a recoger su ropa y vi que se había transformado en piedra.
Desenvainé la espada y temblando llegué a casa. Melisa se extrañó de verme llegar a tales horas. "Si hubieras llegado un poco antes", me dijo, "hubieras podido ayudarnos". Un lobo ha penetrado en el redil y ha matado las ovejas, fue una verdadera carnicería, logró escapar, pero uno de los esclavos le atravesó el pescuezo con la lanza.
Al día siguiente volví por el camino de las tumbas. En lugar de la ropa petrificada había una mancha de sangre. Entré en la hostería; el soldado estaba tendido en un lecho. Sangraba como un buey, un médico estaba curándole el cuello.
                                                                Petronio   Satiricón (Siglo I)

Azotando a la doncella

Ella entra, premeditadamente, gravemente, sin afectación, circunspecta en sus movimientos, sin pisar demasiado fuerte, ni arrastrar las piernas al caminar, sino avanzando sosegadamente, discretamente, mirando de soslayo la arrugada cama vacía. El pijama tirado. Vacila. No. Otra vez. Entra. Premeditadamente y gravemente, sin afectación, sin pisar demasiado fuerte, ni arrastrar las piernas al caminar, sin marcar el paso como en un baile, ni llevando el compás con la cabeza y las manos, ni mirando fijamente o volviendo la cabeza a uno u otro lado, sino avanzando sosegadamente y discretamente por la puerta, por el suelo encerado, pasando la arrugada cama vacía y el pijama tirado, hasta el cortinaje de la pared del fondo. Como se le ha enseñado. Ahora, con un gesto humilde y sin embargo autoritario, descorre las cortinas: ¡ah! la luz de la mañana entra inundando las baldosas relucientes como arrojada de un cubo. Abre de par en par las puertas de cristal detrás de las cortinas y se queda mirando un momento el jardín, dispuesta a dejar que entre el dulce hálito de la mañana y le excite a los logros más generosos y eficaces, pero su mente sigue fija en la imagen, al principio agradable, ahora inquietante de la luz derramándose por la habitación: como de un cubo.....Suspira. Entra. Con un cubo. Pone el cubo en el suelo, premeditadamente, gravemente, y se dirige al otro lado de la habitación, por las baldosas enceradas, pasando la arrugada cama vacía para descorrer el cortinaje de la pared del fondo. Cubos de luz entran desbordándose y la habitación, cuando abre de par en par las puertas de cristal, queda endulzada por el aire fresco de la mañana que entra por el jardín. El sol ha salido del todo y las nubes rosadas del amanecer han desaparecido del cielo, pero el rocío está todavía en todas las plantas del jardín, y todo parece limpio y radiante. Como lo estará la habitación de él cuando la haya terminado.
                                          Robert Coover  Azotando a la doncella (1982)   (Fragmento)

martes, 24 de febrero de 2015

Las gafas

Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.
Sólo una vez...
Mi mujer dormía a mi lado.
Puestas las gafas, la miré.
La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.
El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.
Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.
Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.
Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.
Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.
Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.
                                   Matías García Megías

La protección por el libro

El literato Wu había insultado al mago Chang Ch´i Shen. Seguro de que éste procuraría vengarse, Wu pasó la noche levantado, leyendo, a la luz de la lámpara, el sagrado Libro de las Transformaciones. De pronto se oyó un golpe de viento, que rodeaba la casa, y apareció en la puerta un guerrero, que lo amenazó con su lanza. Wu lo derribó con el libro. Al inclinarse para mirarlo, vio que no era más que una figura, recortada en papel. La guardó entre las hojas. Poco después entraron dos pequeños espíritus malignos, de cara negra y blandiendo hachas. También éstos, cuando Wu los derribó con el libro, resultaron ser figuras de papel. Wu las guardó como a la primera. 
A medianoche, una mujer, llorando y gimiendo, llamó a la puerta.
   -Soy la mujer de Chang -declaró-. Mi marido y mis hijos vinieron a atacarlo y usted los ha encerrado en su libro. Le suplico que los ponga en libertad.
   -Ni sus hijos ni su marido están en mi libro -contestó Wu-. Sólo tengo estas figuras de papel.
   -Sus almas están en esas figuras -dijo la mujer-. Si a la madrugada no han vuelto, sus cuerpos, que yacen en casa, no podrán revivir.
   -¡Malditos magos! -gritó Wu-. ¿Qué merced pueden esperar? No pienso ponerlos en libertad. De lástima, le devolveré uno de sus hijos pero no pida más.
Le dio una de las figuras de cara negra.
Al otro día supo que el mago y su hijo mayor habían muerto esa noche.
                                  Gerald Willoughby-Meade  Tales of China  (1925)

lunes, 23 de febrero de 2015

TEOLOGÍA

Como ustedes no lo ignoran, he viajado mucho. Esto me ha permitido corroborar la afirmación de que siempre el viaje es más o menos ilusorio, de que nada nuevo hay bajo el sol, de que todo es uno y lo mismo, etcétera, pero también, paradójicamente, de que es infundada cualquier desesperanza de encontrar sorpresas y cosas nuevas: en verdad el mundo es inagotable. Como prueba de lo que digo bastará recordar la peregrina creencia que hallé en el Asia Menor, entre un pueblo de pastores, que se cubren con pieles de ovejas y que son los herederos del antiguo reino de los Magos. Esta gente cree en el sueño.
"En el instante de dormirte, me explicaron, según hayan sido tus actos durante el día, te vas al cielo o al infierno". Si alguien argumentara: "Nunca he visto partir a un hombre dormido; de acuerdo con mi experiencia, quedan echados hasta que uno los despierta", contestarían: "El afán de no creer en nada te lleva a olvidar tus propias noches -¿quién no ha conocido sueños agradables y sueños espantosos- y a confundir el sueño con la muerte. Cada uno es testigo de que hay otra vida para el soñador; para los muertos es diferente el testimonio: ahí quedan, convirtiéndose en polvo."
                                    H.Garro   Tout lou Mond  (1918)

La explicación

Un hombre, en la vigilia, piensa bien de otro y confía en él plenamente, pero lo inquietan sueños en que ese amigo obra como enemigo mortal. Se revela, al fin, que el carácter soñado era el verdadero. La explicación sería la percepción instintiva de la realidad.
                   
Nathaniel Hawthorne  Note-books (1868)

La sentencia

Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
-Cayó del cielo.
Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó:
-Que raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
                                                                                   Wu Ch´eng-en  (1505-1580)

domingo, 22 de febrero de 2015

12 de mayo de 1958

Una sonrisa suave embellecía su rostro de señora de cincuenta y dos años. Se cumplían doce de la muerte de Pedro Henríquez Ureña. Lo recordamos y ella repitió lo que me había dicho en 1946: por mi juventud, la pérdida era irreparable, pero nada borraría en mí el recuerdo de mi gran maestro. Vagué por el dormitorio. Los ojos de mi madre no se separaban de mí. Condenada por una cruel dolencia cardíaca, nunca manifestó fatiga ni queja alguna y fue fuente de vida y solidaridad para los demás. Cuando decidí retirarme, retuvo mis manos en las suyas y me dijo: No permitas que te destruyan. Me dormí pensando en esas palabras. Durante la noche soñé que cumplía diversas diligencias en la ciudad y en La Plata y que las mismas me angustiaban. A la mañana me avisaron que mi madre había muerto. Corrí al departamento de Viamonte casi Maipú. Ya se estaban cumpliendo los primeros movimientos propios de tan triste circunstancia. En la primera pausa del dolor, abrí, seguro, el cajón de su mesita. Ahí estaba la carta, escrita en la víspera con su serena letra inglesa. Me rogaba que cumpliese diversas diligencias en Buenos Aires y en La Plata: eran las que había soñado.
                                                     Roy Bartholomew  Siete noches (1977)

El cementerio peligroso

Novela escrita a mediados del siglo XIII por un autor anónimo.
El Cementerio peligroso es una de las mejores novelas de la Tabla Redonda. El "roman" se inicia en la Corte del Rey Arturo donde Sir Gawain será nombrado protector de una doncella. El héroe deberá abandonar la corte y enfrentarse a la aventura porque la doncella será raptada por un caballero desconocido.
En la persecución le sucede algo enigmático: unas jóvenes afirman que Gawain ha muerto. A partir de ese momento, el héroe renuncia a su nombre y se hará llamar el "Caballero sin nombre". Y un cementerio será su hospedaje durante una noche. El episodio transcurrirá en una atmósfera saturada por lo fantástico, el terror y la intriga. El sentido de la aventura y la identidad se plantean como fenómenos indesligables según se plasma en la leyenda artúrica, abriendo nuevos modos de comprensión al rico y complejo simbolismo de las novelas de la Tabla Redonda.
                                                                              Anónimo

sábado, 21 de febrero de 2015

Amanda Barker

Henry me engendró un hijo,
sabiendo que no podía dar a luz una vida
sin perder la mía.
Por eso traspuse en mi juventud las puertas de la nada.
Viandante, en el pueblo donde viví se cree
que Henry me amó con amor de esposo,
pero yo proclamo desde el polvo
que él me mató para satisfacer su odio.

    Edgar Lee Masters  Antología de Spoon River (1914)

El alma, el sueño, la realidad

Se supone que, de hecho, el alma de un durmiente se aleja errante de su cuerpo y visita los lugares, ve las personas y verifica los actos que él está soñando. Cuando un indio del Brasil o las Guayanas sale de un sueño profundo, está convencido firmemente de que su alma ha estado en realidad cazando, pescando, talando árboles o cualquier otra cosa que ha soñado, mientras su cuerpo estuvo tendido e inmóvil en la hamaca. Un poblado entero bororo se aterrorizó y estuvo a punto de emigrar por uno de ellos que soñó que los enemigos se aproximaban sigilosamente. Un macusi de quebrantada salud que soñó que su patrón lo había hecho subir la canoa por una serie de difíciles torrenteras, a la mañana le reprochó amargamente su falta de consideración hacia un pobre inválido.
Los indios del Gran Chaco cuentan relatos increíbles de cosas que han visto y oído, y los forasteros los declaran grandes embusteros, pero los indios están firmemente convencidos de la verdad de sus relatos, pues esas maravillosas aventuras son sencillamente lo que sueñan y no saben distinguirlo de lo que sucede cuando están despiertos.
Cuando un dayako sueña que ha caído al agua pide al hechicero que pesque al espíritu con una red de mano, lo meta en un recipiente y se lo devuelva. Los santals cuentan del hombre que se durmió y soñó tanta sed que su alma en forma de lagarto dejó el cuerpo y se metió en una vasija para beber; pero el dueño de la vasija lo tapó, y el hombre, impedido de recuperar su alma murió. Se preparaban para el entierro cuando alguien destapó la vasija y el lagarto escapó, se reintegró al cadáver, y el muerto resucitó. Dijo que había caído en un pozo en busca de agua y que había tenido dificultades para volver y así lo entendieron todos.
                                                  James George Frazer  La rama dorada (1890)

viernes, 20 de febrero de 2015

La persecución del maestro

 Entonces el discípulo atravesó el país en busca del maestro predestinado. Sabía su nombre: Tilopa; sabía que era imprescindible. Lo perseguía de ciudad en ciudad, siempre con atraso.
Una noche, famélico, llama a la puerta de una casa y pide comida. Sale un borracho y con voz estrepitosa le ofrece vino.
El discípulo rehúsa, indignado. La casa entera desaparece; el discípulo queda solo en mitad del campo; la voz del borracho le grita: “Yo era Tilopa”.
Otra vez un aldeano le pide ayuda para cuerear un caballo muerto; asqueado, el discípulo se aleja sin contestar; una burlona voz le grita:  “Yo era Tilopa”.
En un desfiladero un hombre arrastra del pelo a una mujer. El discípulo ataca al forajido y logra que suelte a su víctima. Bruscamente se encuentra solo y la voz le repite: “Yo era Tilopa”.
Llega, una tarde,  a un cementerio; ve a un hombre agazapado junto a una hoguera de ennegrecidos restos humanos; comprende, se prosterna, toma los pies del maestro y los pone sobre su cabeza. Esta vez Tilopa no desaparece. 

                                                    Alexandra David- Néel

miércoles, 18 de febrero de 2015

Hombre

No, yo no soy religioso. Creo en la ética, 
sí, creo que uno sabe si obra bien o si obra
mal, pero en cuanto a cielos, infiernos,
premios, castigos, en otra vida, todo eso me
parece tan inverosímil.....Claro que todo es
posible ya que nosotros somos posibles.
El hecho de estar alojados en un cuerpo,
de tener dos ojos, dos orejas,
todo eso es bastante raro... No, no doy ninguna
explicación. ¿Cómo dice Stevenson del hombre?
"This bubble of the dust", esta burbuja del polvo.
¿Linda frase, no?
                                                                                     Jorge Ruffinelli  1979

Inexistencia

No estoy seguro de que yo exista, en
realidad. Soy todos los autores que he
leído, toda la gente que he conocido, todas
las mujeres que he amado. Todas las 
ciudades que he visitado, todos mis
antepasados (...).
Quizá me hubiera gustado ser mi padre, 
que escribió y tuvo la decencia de no
publicar (...).
Nada, nada, amigo mío; lo que le he dicho:
no estoy seguro de nada, no sé nada.
Imagínese que ni siquiera sé la fecha de mi muerte...
                                                                                   Sánchez Dragó  1981

viernes, 13 de febrero de 2015

Episodio del enemigo


 Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un bastón que en viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
-Uno cree que los años pasan para uno -le dije- pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firma:
-Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
-Es la verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
-Precisamente porque ya no soy aquel niño -me replicó- tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
-Puedo hacer una cosa -le contesté.
-¿Cuál? -me preguntó.
-Despertarme.
Y así lo hice.
                              Jorge Luis Borges  el oro de los tigres (1972)



jueves, 5 de febrero de 2015

Música

Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
Y otra vez silencio.
Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba algo.
La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:
-¡La música de papá, no te la creas…! ¡Se la inventa!
                                                    
                                                                                                   Ana María Matute


                                                           

ONETTI

Yo no tenía ni veinte años y andaba jugando a la gallina ciega en las noches del mundo.
Quería pintar, y no podía. Quería escribir, y no sabía. A veces escribía algún cuento, y a veces se lo llevaba a Juan Carlos Onetti.
Él estaba siempre en cama, por pereza, por tristeza, rodeado de pirámides de puchos*, tras una muralla de botellas vacías. Yo me sentía en la obligación de emitir frases inteligentísimas. El maestro Onetti miraba al techo y no abría la boca más que para bostezar, fumar y beber, lenta sueñera, pitadas lentas, tragos lentos, y quizá mascullaba algún fruto de sus prolongadas meditaciones sobre la situación nacional e internacional:
 -La cosa se jodió -decía- el día que los milicos** y las mujeres aprendieron a leer.
Sentado a su orilla, yo esperaba que él me dijera que aquellos cuentitos míos eran indudablemente geniales, pero él callaba y a lo sumo gruñía o me estimulaba así:
 -Mirá, pibe. Si Beethoven hubiera nacido en Tacuarembó, habría llegado a ser director de la banda del pueblo.
* (colillas de cigarrillo)
** (militar o policía)
                                                                                     Eduardo Galeano

miércoles, 4 de febrero de 2015

Los ciervos celestiales


El Tzu Puh Yu refiere que en la profundidad de las minas viven los ciervos celestiales. Estos animales fantásticos quieren salir a la superficie y para ello buscan el auxilio de los mineros. Prometen guiarlos hasta las vetas de metales preciosos; cuando el ardid fracasa, los ciervos hostigan a los mineros y éstos acaban por reducirlos, emparedándolos en las galerías y fijándolos con arcilla. A veces los ciervos son más y entonces torturan a los mineros y les acarrean la muerte. Los ciervos que logran emerger a la luz del día se convierten en un líquido fétido, que difunde la pestilencia.

                                             Anónimo chino

Paul Morand (1889-1976)

Poeta, novelista, diplomático brillante y trotamundos impenitente, Morand es un personaje de leyenda, el típico escritor francés culto, de derechas, elegante, mundano y genial.
Uno de los creadores de la poesía moderna y el primero en traspasar a la prosa los recursos que se consideraban propios de la poesía y el más célebre y aclamado escritor francés de la década 1920-1930. 
Las principales características de sus relatos son un ritmo vertiginoso e imperturbable y el empleo de imágenes de tipo cinematográfico que consiste en describir los hechos y los personajes no en función de sus pensamientos sino de los gestos y los actos que conllevan dichos pensamientos. Su obra evoca la atmósfera cosmopolita y la vida social de la posguerra. Alguien lo define como "un dandy mimado por los dioses y amado por las mujeres".

San Sebastián

Las tres y cuarto ¡Qué hora tan estúpida!
A través de las losas de vidrio
el jazz-band me cosquillea los pies.
San Sebastián ofrece su cuerpo vasco
a las flechas de las viejas jugadoras
ávidas de un pleno,
la bola rueda como una cinta de ametralladora,
cantando esa falsa nana que es el azar.
La ciudad está inscrita en el círculo de la bahía
y en el círculo del Casino,
como un cuerno,
de cuya punta fluye la abundancia.
Los peces vienen a comer
hasta la boca de las cloacas.
En el fondo de las conchas sonoras
se oyen las voces de los croupiers belgas.
Las mansiones se aprietan a lo largo del paseo, 
como incisivos,
mientras arriba,
negras muelas descarnadas,
los Conventos jesuitas
mastican un paisaje de montañas.

lunes, 2 de febrero de 2015

Suele suceder

Mi hijo estaba llorando mi muerte. Lo veía reclinado sobre mi féretro. Quería correr para decirle que no era verdad, que se trataba de otra persona, quizás absolutamente parecida, más no podía por el cocodrilo. Estaba ahí delante, en el zanjón, listo para tragarme. Yo gritaba con todas mis fuerzas; y los veloriantes, en lugar de avisarle, me miraban con reproche, quizá porque azuzaba a la fiera y temían ser atacados ellos mismos. Cuando llegó el hombre de la funeraria con una caja parecía un violinista, pero sacó un soplete. Si fuera cierto, todo estaría perdido, pensé; me enterrarían vivo y no podría explicar nada. Los vecinos quisieron apartarlo, por ser el momento más penoso, pero él se agarraba al cajón. El hombre empezó a soldar la tapa por el lado de los pies y ya no pude más: cerré los ojos y corrí a la zanja sin importarme una muerte segura. Después, sólo recuerdo un golpe en la barbilla. Algo como un raspón de la piel contra un filo. Quizás, el roce contra uno de los dientes. Cuando sentí el calor de la soldadura desperté y comprendí todo. Yo estaba muerto. La misma sala, la misma gente. Mi pobre hijo seguía allí. El soplete roncaba a la altura de mi pantorrilla. El empleado levantó el extremo libre de la tapa, sacó el pañuelo y me enjugó la sangre de la herida. "Suele suceder", dijo. "A causa del soplete."
                                     Jorge Alberto Ferrando, Palo a pique (1975)  

El fantasma


Cuando murió Marcello Mastroianni, mi mujer se puso a llorar con un entusiasmo envidiable, como si nuestra galaxia, que nunca ha sido nuestra, se hubiese desprendido apocalípticamente de sí misma, evaporándose entre las nebulosas de otra galaxia.
            –No te preocupes  –le dije con una sonrisa de monje medieval–. Aquí estoy yo, no sufras tanto, no me atormentes y ya no llores así, a lo bestia. Ven y abrázame, amor mío, micifuz, Muñeca de los Espíritus, fucsia mía, ragazza, Minina del Perpetuo Socorro. Ven semidesnuda y tócame una vez más: recuerda que aún soy tu fantasma de carne y hueso. ¿Por qué no me abrazas y me besas con absoluta devoción, como en la primera noche del primer día? Tratándose de fantasmas, todos somos iguales. ¿Qué virtudes tiene aquel Mastroianni que no tenga yo?
                                          Hernán Lavín Cerda  (1939)

domingo, 1 de febrero de 2015

A vuela pluma (IV)

La prueba
Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había 
estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?  S.T.Coleridge
El sueño mal interpretado
Huayna Cápac sintióse temeroso de la peste. Se encerró, y en su encierro tuvo un sueño en el que tres enanos venían a él y le decían: "Inca, venimos a buscarte." La peste alcanzó a Huayna Cápac y mandó que el oráculo de Pachacámac interpretase qué cosa debía hacerse para recuperar la salud. El oráculo declaró que lo sacasen al sol, que así sanaría. Salió el Inca al sol, y al punto murió. Bernabé Cobo
El don preclaro
De toda la memoria sólo vale el don preclaro  de evocar los sueños. Antonio Machado
Cortesía
Soñé que el ciervo ileso pedía perdón al cazador frustrado. Nemer Ibn el Barud
El sueño de Melania
Yo iba por la nieve, creo, en un carro arrastrado por caballos. La luz era ya sólo un punto: me parecía que se acababa. La tierra se había salido de la órbita y nos alejábamos más y más del sol. Pensé: es la vida que se apaga. Cuando desperté, mi cuerpo estaba helado. Pero hallé consuelo porque un piadoso cuidaba de mi cadáver.  Gastón Padilla
Romántica
Una vida lograda es un sueño de adolescente realizado en la edad madura.  Alfred de Vigny
El reflejo
Todo en el mundo está dividido en dos partes, de las cuales una es visible y la otra invisible. Aquello visible no es sino el reflejo de lo invisible.  Zohar