*Una actriz, amante casual de Napoleón Bonaparte, vio en la habitación de éste un retrato suyo en un marco de diamantes. Codiciosa le dijo: -Me gustaría tener un retrato de mi Emperador. -Pues es fácil, respondió Napoleón sacando del bolsillo de su casaca una moneda de cinco francos, toma éste que es el que más se me parece.
* Había en París, en una de las principales tiendas de ultramarinos, un queso muy bien presentado debajo de una campana de cristal. El tendero había colocado un cartel muy grande que decía: "El rey de los quesos". Pasó un sujeto, compró el queso..... y al día siguiente entró en la tienda echando chispas..... -Pero hombre, ¿qué queso me ha dado usted? Está completamente podrido. No engañe usted así a la gente. -Yo no engaño a nadie, replicó el tendero. Fíjese que no dice que es el mejor de los quesos, sino el rey de los quesos, es decir, lo más detestable, lo peor de los quesos. ¡O somos o no somos republicanos!
* En lo más recio de una batalla que se daba en Holanda, el general Von Grotten pidió un polvo de rapé a uno de sus ayudantes. Le alargaba éste la caja de tabaco cuando una bala, dándole en el pecho, le mató. El general, sin inmutarse, se volvió a otro ayudante diciéndole: -No ha podido ser. ¡A ver si con usted tengo más suerte!
Carezca yo de ti
y al infortunio suceda la desgracia
y a la desgracia el cataclismo
y a todo ello asistiría
con el desinterés de un muerto. Estés conmigo tú
y por cada brizna de dicha
que pretendan arrebatarnos
avanzarían desde mi corazón
espléndidos ejércitos de odio. Tú puedes ser la espalda atroz de mi destino
o mi patria de carne.
Desde bien crío, Maximus solo tenía una pasión, el Circo; y un sueño,
morir en la arena. Su padre le fabricó una espada con madera de olivo
que era una réplica exacta a las que utilizaban los gladiadores
profesionales para sus entrenamientos cuerpo a cuerpo. Llegado el gran día tras haber alcanzado la edad y grado
reglamentario, fue convocado a batirse en el Coliseo en presencia del
César y del pueblo romano. Nada más pisar la arena sintió que toda su vida había sido una
preparación para ese momento tan crucial. Allí, de pie sobre la arena
ardiente bajo un cielo azulísimo, sujetó con firmeza la empuñadura de su
espada y se bajó la visera del casco. Tenía prisa por abatir a su
oponente y fue el primero en asestar una mortal estocada. Su
contrincante, que encajó el golpe y fue algo más lento en responder, vio
caer de rodillas a Maximus con el pecho partido y sosteniendo aún,
incrédulo, una espada de madera. José Luis Vicent
Entre los inuît o esquimales del estrecho de Bering, los cadáveres de los diversos animales deben ser cuidadosamente tratados por el cazador para que sus ´sombras` no se ofendan y traigan desventuras y aun la muerte sobre él y su gente. Por esto al cazador que ha tomado parte en la matanza de una ballena blanca o siquiera ha ayudado a capturarla, no se le permite hacer ningún trabajo en los cuatro días siguientes, por suponerse que ése es el tempo durante el cual la ´sombra` o espíritu de la ballena permanece en su cuerpo. Al mismo tiempo, nadie del poblado usará instrumentos punzantes por miedo a herir a la ´sombra`de la ballena, que se cree que está revoloteando invisible por las vecindades, como tampoco se permite hacer ruidos fuertes por aprensión de asustar u ofender ese espíritu. Cualquiera que corte el cadáver de la ballena con hacha de hierro, morirá. Está prohibido el uso de cualquier instrumento de hierro en el poblado durante esos cuatro días. Sir James George Frazer (1854-1941)
Los vascos de Bayona y de San Juan de Luz, hombres atrevidos, excéntricos y fabulosamente audaces, que iban en barcas a los mares más procelosos a arponear la ballena, hacían muchas viudas. Lanzáronse en masa a las colonias, dejando a sus mujeres a Dios o al Diablo. En cuanto a los hijos, aquellos marinos, honrados y probos, hubieran pensado más en ellos si no hubieran tenidos sus dudas. Pero a la vuelta de sus viajes calculaban, contaban los meses y no les salía nunca bien la cuenta. Las mujeres, tan lindas como audaces y soñadoras, pasaban el día sentadas en los cementerios charlando del aquelarre, aguardando la hora de ir. Era su más rabioso deseo. La naturaleza las hace hechiceras: son las hijas del mar y de la ilusión. Nadan como peces, juegan en las olas. Su señor natural es el Príncipe del aire, rey de los vientos y de los sueños, el que henchía a la sibila y le inspiraba el porvenir. El juez que las quema, se encanta, sin embargo, viéndolas. "Cuando se las ve -dice- pasar con los cabellos al aire y sobre los hombros van, de esta suerte, tan bien adornadas y armadas que, al pasar el sol a través de ellas como a través de una nube, da resplandores como de relámpagos. De aquí la fascinación de sus ojos, peligrosos tanto en amor como en sortilegios". Jules Michelet (1798-1874)
Había en Nuremberg un famoso autómata llamado "la Virgen de hierro".
La condesa Báthory adquirió una replica para la sala de torturas de su
castillo de Csejthe. Esta dama metálica era del tamaño y del color de la
criatura humana. Desnuda, maquillada, enjoyada, con rubios cabellos que
llegaban al suelo, un mecanismo permitía que sus labios se abrieran en
una sonrisa, que los ojos se movieran. Para que la "Virgen" entre en acción es preciso tocar algunas piedras
preciosas de su collar. Responde inmediatamente con horribles sonidos
mecánicos y muy lentamente alza los blancos brazos para que se cierren
en un perfecto abrazo sobre lo que está cerca de ella -en este caso una
muchacha-. La autómata la abraza y ya nadie podrá desanudar el cuerpo
vivo del cuerpo de hierro, ambos iguales en belleza. De pronto, los
senos maquillados de la dama de hierro se abren y aparecen cinco puñales
que atraviesan a su viviente compañera de largos cabellos sueltos como
los suyos. Ya consumado el sacrificio, se toca otra piedra del collar; los
brazos caen, la sonrisa se cierra así como los ojos, y la asesina vuelve
a ser la "Virgen" inmóvil en su féretro. Alejandra Pizarnik (1936-1972)
Novela publicada en 1954 por Pauline Rèage, seudónimo que se supone encubre a un escritor de renombre. El libro, que circuló clandestinamente durante años, tuvo gran difusión, haciéndose una versión cinematográfica en 1975 de enorme repercusión. Historia de O no es una novela erótica o pornográfica vulgar, sino una obra literaria excelente, con un estilo y un tono general de una sugerente elegancia, escrita con maestría y con cierta honestidad, al margen de su temática y su desarrollo. "La joven O es llevada por su amante, René, al castillo de Roissy, donde se le somete a la disciplina de una orden religioso-sexual en la que las mujeres son esclavas a las que se priva hasta de la palabra y a las que se somete a toda clase de humillaciones secretas oficiadas ritualmente por hombres enmascarados".
La historia explica que un grupo de ranas caminaban por el bosque
cuando dos ranas cayeron en un pozo muy profundo. Inmediatamente todas
las demás ranas pensaron que no podrían salir de allí y no paraban de
gritar - ¡No podéis salir! ¡No saltéis! Vais a morir... Las
dos ranitas atrapadas no hicieron caso de sus palabras y saltaron con
todas sus fuerzas. Sin embargo, una de ellas pronto se desanimó por los
gritos de sus compañeras. Dejó de saltar y murió. La otra rana continuó
saltando sin parar, a pesar de los gritos de las otras ranas: - ¡No podéis salir! ¡No saltéis! Vais a morir... Gracias
a que continuó saltando consiguió salir de ese pozo tan hondo y se
salvó. Cuando salió del pozo, las otras ranas no se lo podían creer:
-¡Te has salvado! ¡Es un milagro! ¿Pero no oías nuestros gritos de desánimo? La
ranita se consiguió salvar porque era sorda, y se pensaba que los
gritos eran de ánimos. La otra ranita, en cambio, oía los gritos y se
desanimó tan rápido que murió.
Fiera que frecuenta los desiertos de la India. Es totalmente negra y una de las bestias más crueles que existen. Tiene dos cuernos en la cabeza, rectos como varas y más afilados en su extremo que ninguna lanza. Cuando combate contra otro animal, coloca uno de sus cuernos a lo largo de la espalda y se defiende con el otro cuerno, de forma que parece que se encuentre en medio de la frente cuando lucha. Y cada cuerno mide más de cuatro codos y derriba y mata con ellos a todo el que hiere de un golpe. La cabeza de esta fiera es muy extraña, tiene el hocico redondo como el fondo de un barril, muslos y pecho de león, patas y cuerpo como de caballo y cola de elefante. Y su voz recuerda mucho la voz humana. Y el basilisco la odia más que a cualquier otra bestia. Cuando puede hallarla dormida, la pica entre ambos ojos y cuando la ha picado, se marcha. Entonces se hincha el centicora de tal forma que los ojos le salen de la cabeza y muere debido al veneno del basilisco. Latini Brunetto (Historias prodigiosas)
Hace mucho, mucho tiempo, había un búho que trabajaba de tintorero.
Todos los pájaros acudían a él para que tiñera sus plumas de los
colores más inverosímiles. El búho era tan bueno en su trabajo, que
todos los pájaros estaban encantados con él. Todos excepto el cuervo,
que estaba tan orgulloso de su plumaje blanco inmaculado que despreciaba
su trabajo. Pero un día, cansado de tanto blancor, el cuervo
se acercó al búho y le dijo:- Tiñe también mis plumas, pero de un color
único, nunca visto en un ave. El búho pensó mucho antes de decidir qué color usar y, finalmente, se decidió por el negro. - Ahora tus plumas son de un color como no se ha visto antes en el cielo - dijo el búho después de haber terminado su trabajo. Cuando
el cuervo se dio cuenta de que sus plumas eran totalmente negras, como
si estuviera cubierto de hollín de la cabeza a los pies, se enfadó
muchísimo. Pero ya no podía hacer nada, así que se tuvo que resignar. Y a
partir de entonces todos los cuervos son negros. Pero aunque
se resignaron, nunca perdonaron al búho. Cada vez que le ven, se le
echan encima y, si pudieran, acabarían con él. Es por eso que los búhos
decidieron dormir de día y salir a cazar de noche, cuando los cuervos
están durmiendo y no corren peligro de ser atacados. Cuento popular japonés
Se
cuenta que en una gran ciudad de Europa, vivía un hombre muy avaro, el
que un día al salir de su trabajo, perdió una bolsa con quinientos
ducados. Tan afligido se sentía, que no demoró ni un segundo en ir y
poner un aviso en la entrada de la sinagoga para ofrecer una generosa
recompensa al que la hubiese encontrado. Un hombre, tan pobre
como honrado, encontró la bolsa y no dudó en llevársela al avaro. Al
recuperar éste su bolsa, se arrepintió de la recompensa, diciéndole al
pobre hombre: En la bolsa tenía mil ducados y aquí no hay más que quinientos. ¿Dónde está lo que falta? El
pobre hombre, que entregó la bolsa sin sacar ni una sola moneda de
ella, no pudo probar su inocencia y tuvo que regresar a su casa con las
manos vacías. Al saberlo su esposa, le pidió que fuesen a ver al Rabí.
Dos eran las razones de la visita: la conducta del avaro, ya que
no cumplió con la promesa de la recompensa, y peor todavía era, el haber
calumniado al pobre hombre. El Rabí, mientras se pasaba las manos por su larga barba blanca, reflexionaba. Por fin, citó al rico avaro. ¿Qué cantidad de dinero había en tu bolsa? - le preguntó. Mil ducados. ¿y cuánto había en la que te entregó este hombre? Sólo había quinientos. Entonces esta bolsa no es la que tú has perdido. Devuélvela a este hombre y espera a que te traiga la tuya. Con
estas palabras el Rabí despidió a los querellantes. Y el avaro, con
dolor en su alma, tuvo que entregar la bolsa al pobre, pues no se debe
ofrecer lo que no estamos dispuestos a cumplir. Cuento popular judío
El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió
estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y
aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso
que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya
iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron
despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre
la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido
por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían
dejado encerrada con llave en el cuarto. Llenos de terror, acudieron la policía y el juez. Era su
deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un
dedo, porque era vigorosa como si en ella radicase junta toda la fuerza de un
hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el
suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle
la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: "Soy la mano
de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con
ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia".
Una serpiente de cascabel regresó a su casa, donde estaban sus crías y dijo: - Hijas mias, reuníos para recibir la última bendición de vuestro padre y podáis ver cómo muere un cristiano. - ¿Qué ocurre, padre? preguntaron las crías. - Me ha mordido el editor de un pasquín bolchevique, fue la respuesta, seguida por el ominoso cascabeleo de la muerte.
Obra en verso de Cristóbal de Castillejo, poeta nacido en Ciudad Rodrigo (Salamanca) en 1491. Autor prolífico, pero tan sólo dos de sus obras pudo ver publicadas: "Sermón de amores" y "Diálogo de mujeres". En Diálogo de mujeres, dos interlocutores discuten sobre las mujeres -Alethio, que las ataca, y Filenio, que las defiende-. Castillejo propone la teoría de que el hombre fue creado para el placer y para ello puede y debe disfrutar libremente de las mujeres, aunque no alcance a éstas la misma libertad. La obra está salpicada de numerosas expresiones escandalosas para su tiempo, y fue condenada por la Inquisición.
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado
Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era
famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida
había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan
rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello,
posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis,
realizó su ambición. Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada
hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el
duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su
espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando
llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías
sido tan misericordiosamente rápido con los otros! Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el
trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió
hacia su víctima y le dijo: -Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor. Arthur Koestler (1905-1983)
Obra pintoresca del premio nobel Camilo José Cela que, en su edición para bibliófilos, la tituló:
"Crónica del ejemplar suceso conocido por el nombre de la insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona que, acariciado por una mano amante, se disparó en público y a destiempo e hizo estragos en la población civil. Es fruto de la feliz coyunda de la casualidad, el rijo y los eternos valores de la raza. La cuentan en sus cartas, con pelos y señales, sin decir mentira ni ocultar la verdad y respondiendo de que es cierto todo cuanto en ellas se dice, el Excmo. Sr. Don Camilo José Cela, individuo de número de la Real Academia Española, quien la publica para solaz de aficionados y curiosos, escarmiento de cachondos y lección de todos y todas."