sábado, 24 de septiembre de 2016

El obispo atascado

     Es algo bastante singular que la idea que algunas personas piadosas tienen de los juramentos, es decir de las palabras o frases que puedan ofender a Dios; se imaginan que algunas letras del alfabeto dispuestas según cómo, pueden, en un sentido, agradar infinitamente al Altísimo o ultrajarlo cruelmente en el otro, y este prejuicio es sin duda uno de los más poderosos de todos los que ofuscan a la gente devota.
Entre esta gente escrupulosa se encontraba un antiguo obispo de Mirepoix que pasaba por ser un santo: yendo un día a ver al obispo de Pamiers, su carroza se atascó en los caminos horribles que separan estas dos ciudades: por mucho que se insistió, los caballos se negaban a hacer esfuerzo alguno.
-Monseñor -dijo por fin el cochero tímidamente- mientras vos sigáis dentro, mis caballos no darán un paso.
-¿Pero y por qué? -replicó el obispo.
-Resulta que es absolutamente necesario que jure, y su Grandeza se opone a ello; no obstante, dormiremos aquí si su Excelencia no me lo permite.
-En este caso -decidió el benévolo obispo al tiempo que se persignaba-, jura hijo mío, pero muy poco. El cochero juró, los caballos tiraron, monseñor volvió a subir... y llegaron a su destino sin más incidentes.
                                                          Marqués de Sade  Cuentos e historias