jueves, 7 de febrero de 2013

¡ CUANTOS LIBROS, DIOS MIO !

¡ Cuantos libros, dios mío, y qué poco tiempo y a veces qué pocas ganas de leerlos !
Mi propia biblioteca donde antes cada libro que ingresaba era previamente leído y digerido, se va plagando de libros parásitos, que llegan allí muchas veces no se sabe cómo y que por un fenómeno de imantación y de aglutinación contribuyen a cimentar la montaña de lo ilegible y entre estos libros , perdidos, los que yo he escrito. No digo en cien años, en diez, en veinte ¡ qué quedará de todo esto ! Quizás sólo los autores que vienen de muy atrás, la docena de clásicos que atraviesan los siglos a menudo sin ser muy leídos, pero airosos y robustos, por una especie de impulso o de derecho adquirido. Los libros de Camus, de Gide, que hace apenas dos decenios se leían con tanta pasión,  ¿qué interés tienen ahora, a pesar de que fueron escritos con tanto amor y tanta pena ? ¿ Por qué dentro de cien años se seguirá leyendo a Quevedo y no a Jean-Paul Sartre?
¿ Por qué a Francois Villon y no a Carlos Fuentes ? ¿ Qué cosa hay que poner en una obra para durar ? Diríase que la gloria literaria es una loteria y la perduración artística un enigma. Y a pesar de ello se sigue escribiendo, publicando, leyendo, glosando. Entrar a una libreria es pavoroso y paralizante para cualquier escritor, es como la antesala del olvido : en sus nichos de madera, ya los libros se aprestan a dormir su sueño definitivo, muchas veces antes de haber vivido.
Quizás lo que pueda devolvernos el gusto por la escritura sería la destrucción de todo lo escrito y el hecho de partir inocente, alegremente de cero.

                                                                                          Julio Ramón Ribeyro