miércoles, 25 de junio de 2014

EL AMOR

     En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.
     -¿Te han cortado? -preguntó el hombre.
     -No -dijo ella-, siempre he sido así.
     Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:
     -No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.
      Ella obedeció al sábelotodo. Con paciencia tragó los mejunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungúentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía:
     -No te preocupes.
     El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
     Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
     ¡Lo encontré! ¡lo encontré!
     ¿Qué encontraste?
     ¡El remedio!
     Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.
     -Es así -dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
     Cuando acabó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergúenza los soles y los dioses.
                                                                                                                   Eduardo Galeano