miércoles, 4 de junio de 2014

EL PROFESOR DE AJEDREZ

Cuando al hombre se lo presentaron, en el Club Social del pueblo, no entendió bien el apellido; pero el otro, evidentemente, no era de ahí.
El individuo era alto, canoso y con barba muy cuidada, como los dandys de la época de Mansilla. En seguida propuso jugar al ajedrez. En realidad el hombre apenas sabía mover las piezas, pero aceptó.
Todas las tardes, con paciencia, el forastero le daba lecciones. No jugaban, sino que estudiaban métodos para lograr una buena posición después de la apertura, combinar en el medio juego, rematar bien las finales. Un día el profesor le dijo:
- ¿Sabe que está jugando muy bien? Ya conoce casi tanto ajedrez como yo.
- El hombre se sintió halagado, pero no quiso alardear.
- En el "casi" está la diferencia -dijo.
- Sí, puede ser, contestó el otro, como si pensara en que ya era tiempo de irse a otro pueblo menos aburrido. El aprendizaje duró todavía una semana. Cuando el domingo llegó, el profesor dijo:
- Mañana me iré del pueblo; es lunes.....Pero antes, vamos a dar la última lección.
Empezaron. La partida era pareja y no se vislumbraban posibilidades para ninguno de los dos. Estaban en el medio juego y el profesor, que parecía preocupado, no había tenido oportunidad de señalar ningún error, como hacía habitualmente ante una jugada débil o incorrecta del hombre. De pronto lo miró, y dijo:
- ¿Quiere que juguemos en serio?
El alumno pareció no comprender: todo el tiempo había jugado en serio. El profesor aclaró:
- Quiero decir que sigamos esta partida hasta el final, ¿entiende? Sin que yo le indique nada. Un modo de medir sus fuerzas.....
El hombre miró el tablero, repasó la posición y la consideró a la luz de todo lo que sabía. La partida era equilibrada y tenían las mismas piezas. Pero algo le gustaba. Era como una intuición de que iba a ganar, como un deseo de competir, de arriesgarse.
Miró el rostro impasible del profesor.
- ¡Bueno!-, dijo.
Entonces el otro movió una pieza y susurró.
- Mate.
Era cierto.
- Es admirable, dijo el alumno. Aparentemente no había ningún peligro. Estábamos iguales.....
- Así es, aparentemente, señaló el profesor.
El hombre, ya resignado, comentó, mientras se levantaban:
- Es malo fiarse mucho, ¿no? Esta ha de ser la última lección.....¿Cómo me dijo que se llamaba?
El profesor contestó:
- Dios.
                                                                                            Federico Peltzer