domingo, 26 de abril de 2015

El cuervo

Entonces, aquel pájaro de ébano, que por la gravedad de su postura y la severidad de su fisonomía inducia a mi triste imaginación a sonreír. Aunque tu cabeza -le dije- no lleve ni capote ni cimera, ciertamente no eres un cobarde, lúgubre y antiguo cuervo partido de las riberas de la noche. 
¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la noche plutónica! El cuervo dijo: ¡Nunca más! Me maravilló que aquel desgraciado volátil entendiera tan fácilmente la palabra, si bien su respuesta no tuvo mucho sentido y no me sirvió de mucho; porque hemos de convenir en que nunca más fue dado a un hombre vivo el ver a un ave encima de la puerta de su habitación, a un ave o una bestia sobre un busto esculpido encima de la puerta de su habitación y llamarse un nombre tal como "¡Nunca más!"
Y el cuervo, inmutable, sigue instalado, siempre instalado sobre el busto plácido de Palas, justo encima de la puerta de mi habitación; y sus ojos parecen los ojos de un demonio que medita; y la luz de la lámpara, que le cae encima, proyecta su sombra en el suelo; y mi alma, fuera del círculo de aquella sombra que yace flotando en el suelo, no podrá elevarse ya más, ¡nunca más!
                         Edgar Allan Poe    El cuervo  (1845)