sábado, 31 de mayo de 2014

CON LA LUZ DEL VERANO

     Se murió la vieja. Se murió esta mañana. Murió al amanecer que es hora de la muerte. Se murió la vieja. Se murió de vieja. Se murió de morir. Murió de caerse al suelo (a esa edad, la caída, nos dijeron). Murió de no hallar luz al mirar de repente ante sus ojos. Murió con traje de fotografía antigua. Eran dos y ahora es una. Quedó sola su hermana, la que aún era más vieja, la que ahora es más vieja que fueron las dos juntas, siempre vestidas de remotas niñas.
Se murió la vieja. Su hermana, la más vieja, no la puede llorar, le duele un ojo. Un ojo ya muy viejo y operado de poco. No la puedo llorar, dice llorando con el otro ojo. Se murió la vieja. Me lo dijo con pena una vecina. Bajamos la escalera de puntillas. Se murió este verano. No la puedo llorar, dice su hermana, doliéndole en el ojo el llanto retraído. Quién lo iba a decir con la luz del verano. No la puedo llorar. El verano está lleno casi siempre de indefinibles muertes y aposentos vacíos.
                                                                                  José Ángel Valente  El fin de la edad de plata