martes, 20 de mayo de 2014

JANO BIFRONTE***

No hablemos más del "medio claustro" ni de las dos ciudades, ni de aquella ciudad cercada como almendra con sus dos catedrales. Mirando un plano de hace cien años nuestra imaginación nos hace ver un corazón invertido sobre el río, una cebolla despuntando hacia el norte, un yelmo sin penacho, una raíz de remolacha con algunas heridas y adherencias.
" Las injurias de los hombres, más que las de los tiempos " diezmaron (sólo en parroquias cayeron 25) un entramado de monasterios-conventos-colegios mayores-militares-hospicios-alberguerías-hospitales-ermitas-torreones-arcos-puertas y palacios.
Las bombas y el asedio, la "Desamortización" y la especulación, las rasantes, las líneas, las ideas geniales de urbanistas. El triunfalismo sin razón, los males de la piedra (muy especialmente su exaltación) desfiguraron una ciudad bien apañada y bien curtida por otras injurias: la langosta, la peste, las riadas. El terremoto de Lisboa ¿despertó de un letargo a la ciudad o anunció su principio del final?
                    (Ahora la plaga es de puristas).
El núcleo se mantuvo encerrado y coherente hasta llegado casi el siglo: algunos arrabales de ganado y de harina, las torres azufrosas de Gay-Lussac y Glover sobre las ruinas de un convento.
Las chimeneas fabriles sobre el refectorio.
El ferrocarril -con la ayuda de Eiffel- trazó respetuoso unos caminos para no herir a un organismo que le acabaría devorando. Un anillo de tráfico rodado suplantó a la muralla.
Como un anfiteatro de fondo irregular y en obra interminable crecieron dos generaciones de aposentos en torno al corazón congestionado, al yelmo orondo o fruto sin corteza. El escenario, reducido a un telón de glorias del pasado, se vio invadido por los espectadores que esperaban asentarse lo más cerca posible de aquel centro prestigioso. Hubo que reducir el aparato de símbolos y escenas, sacrificar el utillaje viejo, repintar los telones, sustituir el el texto. Los espectadores, actores ya de la obra que admiraban, no se daban cuenta de que la habían destruido
Portillos y puertas, de las que sólo queda el nombre, ya no separan la ciudad del campo, por ellas ni se sale ni se entra. Son ahora cruces de pasillos. Por la Puerta de Zamora ya no se va a las eras.
Sin puertas, la ciudad no tiene formas. Como un pulpo fuera del agua.
*** (Dios romano de las puertas)                                                                                                                Aníbal Núñez